Ortiga
Lo más importante que tengo que decir de Ortiga es que Chicho es un buen chaval. Esto es esencial, porque en la vida hay mucho idiota y mucho trapalleiro, que es como llamamos en Galicia a los cutres y a los embaucadores. Pero no es el caso de Chicho, decía. Él es un millennial de su tiempo y de su tierra, pero también un poco particular, que se queda en su casa sin wifi para arreglarse unos merenguitos, que no se ha instalado el WhatsApp, que vive en su barrio de siempre, en Santiago de Compostela, junto a un centro comercial en declive. Chicho, ahí, con su honestidad y sus pies en el suelo.
Ortiga, su proyecto musical, no es fácil de explicar si no has crecido en las verbenas gallegas. En Galicia hay muchas más vacas que personas, y casi tantas orquestas como vacas. Aquí se celebran miles de fiestas anualmente; solo el 15 de agosto hay un centenar de verbenas al mismo puto tiempo. En ese caldo hierve Ortiga, que suena al Caribe que trajeron nuestros migrantes, pero también a esto que ahora llamamos música urbana.
El primer disco de Ortiga se tituló Chicho y sus chichas (Ernie Records, 2019) y puso a este artista en el circuito de festivales, con sus secuen- ciadores, sus pedales, su guitarra heavy, su riñonera y así. Porque Chicho sigue una ética proletaria de trabajador de base: el público se gana día a día, allá donde esté, con humildad y menú de churrasco.
Este segundo cancionero, Sabes el camino que elegí (Ernie Records, 2021), presenta algunos cambios formales con respecto al anterior: hay menos autotune y una paleta musical más amplia. En el cóctel se aprecia un novedoso reflujo de tropicalismo brasileiro en temas como Qué máis dará o YNSDDSTS. Por supuesto, Nananá es el primer acercamiento de Ortiga al pop, en un sentido más directo. Y luego están temas como Helicótero (así escrito) o Salsa de piraña (a dúo con Dandy Piranha, de Derby Motoreta’s Burrito Kachimba), algo así como una emulsión de Ortiga refinada.
Pero, con independencia de sonidos o patrones, Chicho es un buen chaval que mantiene su esencia y cumple el programa: aquí se viene a menear el bullarengue y sonreír. En sus canciones habla de enamorarse y desenamorarse, de hacer la cucharita y de todas esas cosas que a los demás nos preocupan casi tanto como el dinero. Chicho graba bases que pueden sonar en las pistas de autos de choque y en el Primavera Sound. Canta en castellano coloquial, con sus vicios diatópicos y generacionales, pero a veces canta en gallego porque le sale así. Lo necesitamos porque es el único artista capaz de rimar “swing” con “Marín”.
“A mí me gusta hacer música y lo demás me da igual”, dice Chicho. “Si la música fuera el fútbol, yo disfrutaría jugando de delantero, de portero o de linier”. Por esa vocación suya, quizá, anda siempre tan metido en proyectos: además de Ortiga, también Los Rastreadores (con Grande Amore) o Boyanka Kostova (con Cibrán García). A lo mejor por eso no necesita wifi: porque anda entretenido en cuestiones principales y porque, con Ortiga, el propio Chicho se convierte en una antena emisora de buena onda.
Solo queda esperar a que regrese la fiesta a los conciertos en directo, donde se produce la floración de la Ortiga. Si se diese el caso y te encon- trases con Chicho, con su chándal, su retranca, sus ojos de fumeta, sé amable y salúdalo. Es un trabajador de la música y sobre todo, ya te digo, un buen chaval.
Tito Lesende